Recientemente ha aparecido un informe que refleja que las empresas pierden una media de 2,25 mil millones de dólares por culpa del tiempo de trabajo que los empleados dedican a Facebook. Parte de razón el estudio tendrá, pero hasta cierto punto. Y sobretodo, sin alarmismos ni histerias.
Vamos a partir de la base de que un oficinista por ejemplo, va a la oficina a trabajar, no a acceder a Facebook. ¿Eso significa que se pasa toda la jornada laboral sentado sin moverse haciendo su trabajo? No. El oficinista, probablemente toma café, y como nadie se lo trae, debe ir a por él. Coteja su trabajo con sus compañeros, hace fotocopias, va al baño, atiende llamadas personales, y pasa ciertos lapsos de tiempo en los que no trabaja exactamente. Y eso implica pérdida de dinero.
El problema de la popularización de Facebook pasa por la popularización de Internet, y esto último no es tan nuevo como la red social. Luego el problema ya existía. Pero ciertamente, el problema no es ni Facebook ni internet, sino el usuario, o el trabajador en este caso.
¿Se trata de eliminar cualquier cosa que cree un obstáculo sobre la productividad empresarial? Bien; eliminemos el baño, las cafeteras, los descansos que marca la Ley, prohibamos hablar entre compañeros, y tal vez así, en un estado policial, saldremos de la crisis. Porque efectivamente amigos, el culpable de la crisis económica mundial se llama Facebook.
Nada puede evitar que un trabajador se mueva por la red en horas de trabajo, y es más: en muchos casos puede mejorar la productividad. Reestricción y control puede que sea la solución, porque ya hay herramientas para ello. Pero la prohibición total y absoluta nunca ha sido la mejor opción.
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